"A menudo conocí la dicha, pero no soy feliz..."
- Vanesa Zamora
- 5 ene 2018
- 3 Min. de lectura
“A menudo conocí la dicha… pero no he sido feliz….” ¿Es que nuestra memoria estará impregnada de una ineptitud para ser felices?
Comenzamos el año con muchos propósitos. La mayoría de ellos proyecciones de situaciones que “me harán feliz”

La mayoría de nosotros, viviremos hasta muy viejos y con mejor salud que nuestros ancestros: comemos bien, estamos al abrigo, nos calentamos en invierno y nos refrescamos en verano, estamos asegurados contra las enfermedades, el desempleo, la vejez, tenemos carros y aviones para desplazarnos, tenemos vacaciones varias veces al año... Todo eso que llamamos progreso, parecía un sueño inaccesible a nuestros bisabuelos.
Y, sin embargo, vemos cada vez más a la gente sucumbir en lo que Alain Ehrenberg denomina “la fatiga de ser uno mismo”... Porque todo eso es bienestar, no felicidad. Esos momentos de conseguir situaciones, pequeños placeres o grandes placeres y seguridad nos dan efectivamente dicha. Lo sabemos, y lo proyectamos con gran deseo hacia el futuro: “Ojala que consiga ese trabajo, que consiga entrar en ese proyecto, que consiga esa cita…”
Si bien es necesario ese bienestar: no pasar hambre, no sufrir dolor físico o dolor emocional grave, cubrir las necesidades básicas humanas…. No hay que idealizar que este bienestar ES la felicidad, como tampoco hay que idealizar melancólicamente la felicidad fuera de nosotros mismos ni en otras circunstancias.
Las personas necesitamos darle un sentido a nuestra existencia. Tantos sentidos como humanos, e intransferibles. Cuando tenemos un sentido, sentimos SATISFACCIÓN al hacer las cosas. Entonces, esa sensación de dicha se expande, y no cae al vacío, sino que se ancla en algún sitio, y cuando ocurren frustraciones o improvistos que nos sacan de esa dicha, deja paso a otra cosa pero no ocurre en vano.
Se puede decir que existe una fórmula química de la felicidad. Existen componentes biológicos, neurológicos, de la felicidad y de la desdicha. Hay sustancias que provocan euforias, como la cortisona; y otras que producen rabia, como las anfetaminas. Pero en el pasado nos hemos dejado deslumbrar por algunas victorias de la investigación y hemos aceptado que la felicidad y la desdicha eran atribuibles a determinantes biológicos, lo cual no es completamente cierto. El drama está en que nuestra cultura tecno-industrial, para erradicar la desdicha, ofrezca una solución molecular, cuando sabemos que las soluciones son afectivas y culturales.
Tenemos la sensación de bienestar, pues, como lo inmediato, como la percepción: “me alimento bien, me siento bien, no tengo hambre, no tengo miedo”, como antes veíamos, cubriendo necesidades. La felicidad existe sólo en la representación, es siempre el fruto de una elaboración, de un deseo. Hay que trabajarla. Es sentir el deseo, aunque sea utópico, y querer hacer algo real. Cuando no proyectamos una idea de progreso, como una línea de hacia dónde ir: decaemos, entramos en crisis.
Como decíamos antes: la dicotomía entre el bienestar y la felicidad estriba asimismo en la percepción cultural:
En una cultura donde la utopía repose sobre una representación del tiempo futuro, se puede aceptar la duración del sufrimiento. Pero en nuestra cultura de lo inmediato no se acepta la espera. El sufrimiento, la angustia, deben desaparecer enseguida: los deseos deben ser satisfechos de manera inmediata. Por ejemplo: consumiendo. Y esta cultura de lo inmediato conlleva a la frustración, a la agresión y a la acrimonia. Puesto que las cosas necesitan de duración para tener sentido. Si no, se está en una búsqueda extraviada del goce, como sucede con una adicción. Sustituimos esa espera por el bienestar inmediato a causa de no poder sostener la espera y la disciplina necesarias para la consecución de sentido vital.
Y qué curioso que guando dejamos de gozar, alejándonos de la satisfacción, la vida comienza a tener un sabor amargo….
Probemos a realizar propósitos de año nuevo orientados a la búsqueda de sentido, de satisfacción única y personal, independientemente de las sensaciones inmediatas que nos provoquen, sino con visión un poco más a largo plazo y en profundidad: a descubrir nuestra propia aptitud de gozar, de experimentar, de probar, de soñar, creer, amar, de luchar, de vivir…
A ver qué gusto comienza a tener…
Pero hablaremos del gusto, las sensaciones y emociones en otro post.
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